jueves, 11 de agosto de 2011

Ser Feliz (artículo inédito)

Hace muchos años, cuando estuve por primera vez en Madrid, vi junto a mi ex mujer como un africano le robaba el bolso a una turista. Quedamos perplejos y seguimos caminando. Pero al cabo de algunos minutos, por la misma acera venía otro africano. Automáticamente cambiamos de acera. Luego nos reíamos de nuestra actitud: ¿qué culpa tendría el segundo africano? Eso nos pasó por generalizar y porque, si bien teníamos una evidencia, no era suficiente. Y ahora, me sigo sorprendiendo que se hagan generalizaciones a partir de evidencias “escasas”. Sostener que el hecho de tener una hermana mujer hace más feliz a una persona, a primera vista, suena absurdo. Y si profundizamos un poco suena más absurdo todavía. Tendríamos que tener en cuenta varios factores. En primer lugar qué entiende el investigador por “felicidad” porque al parecer el parámetro de felicidad está evaluado como la posibilidad de hablar de sus emociones con alguien. No hay una definición absoluta para este término. En todo caso, lo que podemos hacer es una aproximación. Entonces podríamos decir que una persona es feliz cuando puede vivir plenamente su vida. Esto implica poder amar, trabajar, realizar los proyectos que se propone y tener la templanza suficiente para hacer frente a los embates que a veces nos presenta la vida. No veo muy bien como la gente que ha llevado a cabo esta investigación ha llegado a estas conclusiones. Suenan más a “consulta sentimental” que a una investigación científica. Pero, claro, a alguien le debe interesar que se lleve a cabo una investigación de estas características. Hace poco, leí en un diario de amplia difusión un artículo acerca de cómo se prepara nuestro organismo para el comienzo del otoño. No era una publicidad pero a medida que uno iba leyendo podía llegar a la conclusión de que detrás de esa nota había alguna multinacional lechera. El secreto para tener mayores defensas es consumir productos lácteos (en particular con lactobacilos o algún bicho parecido). Pero... ¿a quién puede interesarle financiar una investigación que sostenga la tesis de la felicidad? Si pensamos en los futuros padres, podría estar financiado por alguna institución que se dedique a la fecundación asistida, así teniendo alguna hija mujer se asegurarían la felicidad del resto de la familia. Y si pensamos en los que ya no tendrán hermanos y no han tenido la suerte de tener una hermana, tal vez haya detrás de todo esto un laboratorio que fabrique antidepresivos ya que la naturaleza ha privado a algunos de la felicidad. De todos modos, no os preocupéis, igual tenéis la suerte que he
tenido yo, de ser excepción a la regla: no tengo hermanas mujeres y me considero una persona feliz.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Nestor Kichner: la muerte, la ausencia, el respeto.

Hace ya muchos años que me di cuenta de que me gustaba escribir. No sé si contar historias o mejor pensar en voz alta, para comunicar, para reflexionar, para crecer. Y en general, siempre tuve la sensación de escribir por placer, cuando tenía ganas, sin presiones. Hoy ha sucedido un hecho por el cual me sentí obligado a escribir. La muerte de Nestor Kirchner.
Bueno, la gente se muere, eso es normal. Tarde o temprano nos llegará a todos los que estamos compartiendo este mundo. Les llegó a los que se fueron y les llegará a los que vendrán (salvo que los norteamericanos inventen algo que me contradiga, es que son estupendos, lo inventan todo). ¿Y qué es la muerte? La ausencia, la nada, el dolor.
Cuando vemos una película nos ponemos contentos cuando se muere el malo (de la película) pero en el fondo sabemos que es una ficción, aunque a veces la realidad supera la ficción.
Y entonces pensé en la muerte de Pinochet. Ese cabrón no sólo me generaba bronca sino que también me cagaba el cumpleaños. Tuve la mala suerte de haber nacido el mismo día que él. Me pregunto si me puse contento cuando murió. Y la verdad es que no... creo que no pagó en vida todas las aberraciones que cometió. Pero alegrarme o festejar habría caído en algo bajo... y no pensaba ponerme a su altura. Me conformó saber que a partir de ese momento, el día de mi cumpleaños, cuando leyera el diario no tendría que leer que también era el suyo.
Pero a Kirchner yo no lo conocía, no fue mi presidente. Aunque, más allá de eso, desde hace nueve años sigo leyendo todos los días los diarios argentinos e intento enterarme de lo que pasa en mi tierra. Y, como decía un amigo, los hechos son tercos. Puede que este hombre no haya sido el mejor político ni el mejor presidente pero hay cosas que nadie puede negar: sacó al país de la quiebra, rescató la dimensión ética de los derechos humanos, le plantó cara a la Iglesia, a los militares y al Fondo Monetario Internacional . Y en eso coincido con un comentario -irónico- que leí: con permitir que se casen las mariquitas, no basta.
Hoy, por la tarde, recibí un mensaje de un amigo anunciándome la muerte de Kichner, entonces me conecté a Facebook y, como dicen aquí en España: “flipé”. ¿Cómo es posible ironizar con la muerte de alguien que acertado o equivocado apostó por producir cambios en un país? No sé, no lo entiendo, más allá de cualquier diferencia ideológica.
Sé que hay muchas cosas que a todos nos gustaría cambiar, cada uno desde su perspectiva, pero no estaría mal pensar en qué se gana haciendo este tipo de comentarios.
Hace unos años Chávez arremetió contra Aznar y Zapatero reaccionó pidiéndole respeto por un ex presidente de los españoles, elegido democráticamente. Interesante actitud. Y fijensé que Aznar no es santo de mi devoción.
¿Será que nos mimetizamos con los ping pongs políticos donde la intención es descalificar al otro? Pero... ¿hasta tanto llegamos que festejamos una muerte?
Desde mi lugar, sin ser “kichnerista”, estoy a favor del respeto. Respeto por la gente que creyó en este hombre y en un proyecto. Repito, acertado o no, según el cristal con que se mire.

martes, 26 de octubre de 2010

Todo se transforma

La miré fijamente, intentando poner cara de enigmático, como lo hacía en algunas ocasiones. No podía permitir que se diera cuenta de que su discurso me fascinaba. Ella sí que sabía seducir a los hombres. Su boca era sensual, su voz cálida, su mirada tenía un brillo provocador y su discurso... impecable. Yo quería concentrarme en el contenido, en el discurso para poder detectar alguna falla, algún error, refutarlo y escapar a la atracción. Pero su forma de ver las cosas era tan coherente que quebraba cualquier recurso cuestionador, por astuto que fuera, y cualquier resistencia al magnetismo.
Se echó el pelo hacia atrás y me dijo: “En realidad, ya sabemos que el amor eterno no existe. Ya sé que me contradigo porque en el fondo siempre creí lo contrario, siempre tuve la ilusión de enamorarme de un hombre y quedarme con él para toda la vida”. El marrón profundo de sus ojos se vio refractado por unas lágrimas disimuladas por una risa franca y torpe. Yo intentaba preguntarle por qué se resistía a creer en que era posible, pero en realidad, inconscientemente, le estaba pidiendo que lo sostuviera y así encontrar un eco posible. Pero las palabras me traicionaban y no salían. Sólo una sonrisa, una emoción.
¿Qué se debatía en esa conversación? Tal vez un intento de dar sentido a lo inexplicable, a aquello que no se puede poner en palabras. Y en cierto sentido, sin quererlo, ella y yo estábamos reafirmando que lo único que nos mantiene en pie es el amor, el que damos, el que recibimos. Recordé que hacía muchos años, en medio de una anécdota casual, Diana me dijo: “Es bueno hacer el amor, al día siguiente uno se siente más cargado y da más cariño a la gente”. Seguramente Diana y ella tenían algo en común. Vivían amorosamente, apostando por hacer-lo posible. Para que ese amor se transformara y tarde o temprano regresara.

“Tu boca roja en la mía,
la copa que gira en mi mano,
y mientras el vino caía
supe que de algún lejano
rincón de otra galaxia,
el amor que me darías,
transformado, volvería
un día a darte las gracias.”*

Pero esos malditos miedos nos paralizan, se burlan de nuestra ilusión y nos manejan. Y, a veces, hacen que eso que no se pierde, eso que se transforma tarde en llegar.
Seguiré apostando, como lo hace Diana, como lo hace ella... ya no puedo dar marcha atrás. No es de hombres honestos traicionarse a sí mismo.
Además, como ya (te) he dicho, apunto a la coherencia, aunque sé que, en ocasiones, resulta difícil.
Recogió sus cosas y se fue pero antes me confesó que tenía que encontrarse con su amante. Ella estaba feliz, seguramente haría el amor con él y en ese momento, en ese preciso instante pensé en vos.
¿Es tan difícil querer y dejarse querer? No, sólo es cuestión de paciencia, es algo así como domesticar a un Zorro.

“Cada uno da lo que recibe
y luego recibe lo que da,
nada es más simple,
no hay otra norma:
nada se pierde,
todo se transforma”*

*”Todo se transforma”, Jorge Drexler.

jueves, 30 de septiembre de 2010

El Recuerdo

“Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Y también: Mis sueños son como la vigilia de ustedes. Y también, hacia el alba: Mi memoría, señor, es como vacíadero de basuras. Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.” Jorge Luis Borges, “Funes, el memorioso”.

La memoria es, tal vez, una de las capacidades más importantes que tenemos los animales. Nos permite aprender y poder interactuar con el medio en el cual vivimos. Los humanos nos distinguimos, entre otras cosas, por la capacidad de evocar. Claro, pero también podríamos preguntarnos ¿para qué sirve? ¿podríamos vivir sin memoria? ¿podríamos vivir sin olvidar?
Sin recordar estaríamos muy perdidos, como Doris, la pez de "Buscando a Nemo", que tiene problemas con la memoria de corto plazo. Pobre, tiene que aprender todo constantemente... vaya gasto de energía. ¿Y si no olvidáramos? Acabaríamos como el pobre Funes, el memorioso.
¿Pero por qué los recuerdos son tan importantes? ¿Y por qué muchas veces nuestro inconsciente se empeña en ocultarlos, disfrazarlos y condenarlos a un estado de latencia que no merecen?
Una explicación válida podría ser que olvidamos los recuerdos dolorosos pero hay algo que no cuadra. También olvidamos cosas que nos hicieron bien y que nos dicen un poco quienes somos. Puede ser que olvidemos por temor. Temor a que aquel pasado sea peor que el presente. O tal vez mejor. Quizás olvidamos por miedo a que lo que viene nunca iguale a ese momento, ese instante en que fuimos felices.
Lo cierto es que hay gente más memoriosa que otra, como Funes, o como tantos otros. Yo fui muy memorioso pero ahora tengo la impresión de que, a veces, me pierdo en los recuerdos. ¡Y me lo paso tan bien! Aunque hay momentos en que los recuerdos se me escapan y en otras ocasiones, insidiosamente, se me imponen e intentan jugarme una mala pasada.
Pero no nos engañemos, la memoria debe mantenerse viva, en los pueblos y en cada uno de los que los conforman. No en vano hay quienes luchan por mantenerla viva a pesar de que otros minimizan las cosas y las desvalorizan con el pretexto del futuro o de vivir el presente. Un futuro o un presente diseñados a su conveniencia. ¿Qué sería de un pueblo si no existiera gente que intenta mantener una memoria? ¿Qué sería de un hombre o de una mujer si no se reconociera en su historia?
Creo que nada... o poca cosa. Por mi parte, intento relajarme y dejar que esos recuerdos fluyan. A veces los busco en vano, otras compongo imágenes a partir de datos que me aparecen. Pero hay momentos en que no puedo dejar de evocarlos y de disfrutarlos. Como los mates de la abuela Rosa, la voz de la tía Dílma en el contestador, cantándome el feliz cumpleaños antes de que se me fuera, el banco de la estación de Morón en el que esperaba junto mi abuelo a que viniera a buscarme mi vieja, las pizzas de Gisela, Lucy cantando y bailando en el mar en Valeria, la espera a Ricardo en La Paz mientras él me esperaba en La Academia, los ojos llenos de lágrimas de la abuela cuando llegué de mi primer viaje a Paris, la voz de Agustín cuando tenía dos años en el teléfono diciendo "¿Lola lale?", un autobús que parte de Concordia a Buenos Aires y Pablo despidiéndome, el café turco de Jacquie, la carta de Ale diciéndome que éramos de la misma "calaña", la palabra "espectacular” de Leo, la risa de Leo (ncito), encontrarme en el Alto Palermo con Marcela, los guisos de la Repetto, la pregunta “¿a vos te gusta? de Pablo, el “vamos a ver” de José Luis, el “ahistá” de Frankie… tantas cosas que para un lector ingenuo no significan nada y para mí tanto...
Pero seguramente a aquel o a aquella que se anime a leer estas palabras, le vendrán a la memoria aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas, en un rincón, en un papel o en un cajón.

domingo, 11 de abril de 2010

Los sueños y un tango

Abril es un mes especial para mí, lo es desde hace algunos años. Yo creo que uno de los motivos es porque, como llega la primavera, empiezo a estornudar por el polen y todas esas cosas que dicen en la televisión. Pero hay algo más particular que lo hace un mes especial, hace unos años se murió mi vieja. Y yo no sé muy bien si es por el polen, la primavera, lo que dicen en la televisión o por mi vieja; pero últimamente vengo soñando mucho. ¿Será porque los sueños son una expresión del inconsciente? Seguramente, pero... no del todo. Recuerdo que hace muchos años, cuando empezaba a descubrir la fascinación que me producía el psicoanálisis, soñaba mucho y me encantaba despertarme para escribir los sueños y encontrarles alguna explicación. Pero no siempre soñamos... ¿será que, a veces, nuestro inconsciente no quiere expresarse? ¿o tal vez porque se nos están acabando los sueños? No, no creo en esta segunda opción. Uno tiene que soñar y tiene que intentar cumplir sus sueños, aunque parezcan imposibles.
Y así, podríamos pensar en los sueños desde distintos lugares. Desde la medicina podemos medir la actividad eléctrica del cerebro, desde el psicoanálisis intentamos encontrar un sentido a lo que, aparentemente, no lo tiene. Y desde el corazón, desde el alma, el sueño es ese lugar único donde todo se confunde o no, donde todo cobra sentido o no, donde aparecen los importantes de nuestra vida y donde, a veces, aparecés vos, vieja.
Allí, en nuestros sueños, están los miedos, las dudas, los deseos, las pasiones, lo absurdo, lo inexplicable, lo macabro, lo bello, la desesperación. A veces, sin saber muy bien por qué, nos despertamos angustiados por sueños totalmente inexplicables, incomprensibles. Pero otras, lamentamos profundamente que ese viaje se nos termine e, ingenuamente, intentamos seguir durmiendo para que la magia no desaparezca.
Y como de sueños se trata, de pequeño, mi sueño era Paris. Pero a medida que vamos transitando nuestra vida, nuestros sueños cambian. Fue así como descubrí Barcelona, un poco en sueños y un poco en realidad. Y me hubiera gustado que mi madre conociera Barcelona... pero las cosas no siempre se pueden dar... los sueños no siempre se cumplen.
Los que conocen mi pasión por el tango muchas veces me preguntan: ¿bailás tango? Y yo humildemente digo la verdad: algo, me enseñó mi vieja cuando era un adolescente... pero creo que ya ni me acuerdo cómo era. La verdad es que me gustaría aprender a bailarlo bien... tal vez, ese sea otro sueño pendiente y, por suerte, realizable.
Anoche tuve un sueño. Íbamos con mi vieja cruzando una plaza en Barcelona, no podía reconocerla pero sabía que estábamos aquí. Había poca gente y la luz resaltaba los tonos pasteles de los edificios. Seguramente era al atardecer. Cruzábamos en diagonal y cuando llegamos al centro notamos que en una de las esquinas había una orquesta que afinaba levemente sus instrumentos. Reconocimos instantáneamente los acordes de un bandoneón... y cuando empezó el tango te agarré de la mano y me puse a bailar con vos, vieja. Sentía el ritmo en mi cuerpo y me dejaba llevar, intuitivamente, como me habías enseñado vos. Entonces me dijiste: ¡qué bien que bailás el tango! Me reí un poco, me daba vergüenza... y alcancé a decirte: hay milongas en Barcelona, podemos ir. Pero me desperté.
Anoche tuve un sueño, bailé un tango con vos, vieja.
Ale

viernes, 8 de enero de 2010

Cuenta conmigo...

Hubiera sido mejor decírtelo de frente, sin miedo. Corriendo el riesgo de sentirme vulnerable. Pero el miedo a ser feliz junto a vos, me venció. Y no era por jugar al gato y al ratón... tal vez fue porque era posible. Y me sentía como dice Fito, cansado en el alma de tanto andar. Por eso, como un imbécil inconsciente hice el tonto y te dejé ir. Y ahora, a veces me ilusiono e interpreto lo que quiero pero no pregunto para no golpearme de nuevo: el que se quema con leche cuando ve la vaca, llora. ¿Pero por qué será que intento sostener un beso haciendo como que no me importa? Es que sí me importa. Y aunque te parezca que hay momentos en que no te banco, son sólo simples apariencias, que engañan. Recursos estúpidos para disimular mi deseo.
Ya siento que no puedo permitirme seguir deshojando margaritas, ya tengo que decir basta, es lo que toca. Pero cuando finalmente me dijiste lo que yo esperaba escuchar, hubo algo que cambió y que sigue cambiando: al fin y al cabo, uno es responsable de lo que ha domesticado.
Pero hay cosas que no quiero saber, que prefiero ignorar. Puede que sea una forma de evitar el dolor.
No creo que me resigne, ni creo que me abandone. Intentaré estar atento, alerta como un gato. Tal vez te des cuenta o te animes a sentir lo que yo siento.
De todos modos... te tengo adentro. Ya hubo noches en las que soñé con vos.

“Cuenta conmigo, por si tuvieras que encontrar algún motivo. Si necesitas algo más que conformarte, si se te ocurre por ejemplo enamorarte. Aquí me tienes, siempre dispuesto a ver el mundo como tu ni lo imaginas (...) Y si resulta, que no resulta mi sistema de quererte, cuenta conmigo nada más que para verte. Y si tuvieras que dejarme, no te ocupes. Yo me podría acomodar sin molestarte, en un rincón donde pudieras acordarte, que cuando el tiempo haya pasado y tengas ganas; en esas ganas, me encontrarás.”
Cuenta conmigo, Chico Novarro.

domingo, 7 de junio de 2009

Aquellos amores perdidos

Tendría que haberles escrito antes. Merecían un escrito insolente, intolerante. Pero tampoco quería caer en su juego y ser tan cruel como ellos lo habían sido conmigo. ¿Qué querían de mí? ¿Por qué me agobiaban con sus recuerdos torpes y camuflados? ¿Por qué cuando menos me lo esperaba se me cruzaban burlándose de mí y de mi ilusión?
No quisiera que me sigan persiguiendo, agotando mis ganas. Y sé que muchas veces, cuando intenten apoderarse de mi ingenuidad tendré que hacerles frente. No me van a ganar… a lo sumo podrán desalentarme si me encuentran desprevenido.
Ellos, los amores perdidos, agotados; habían dejado huellas en algún lugar de mi corazón y se empeñaban en aparecer para asustarme y convencerme de que no era posible volver a empezar. Huellas, heridas cicatrizadas con dolor pero que mantienen una sensibilidad a flor de piel que hacen estremecerme al menor roce.
Y así, cuando me doy cuenta de que pienso en ti más de lo que quisiera, cuando espero el momento para verte como el Zorro del Principito, cuando la realidad y los años que llevo en mi mochila me regañan por comportarme como un adolescente que se duerme ilusionado; aparecen ellos, desafiantes, amenazadores. Intentando jugarme otra mala pasada.
Pero sé que en el fondo soy como un niño al que han herido y que lo único que quiere es una caricia. Una sonrisa.

“(…) Pero Dios te trajo a mi destino sin pensar que ya es muy tarde y no sabré cómo quererte. Déjame que llore como aquél que sufre en vida la tortura de llorar su propia muerte. Pura como sos habrías salvado mi esperanza con tu amor, uno está tan solo en su dolor, uno está tan ciego en su penar… pero el frío cruel, que es peor que el odio, punto muerto de las almas, tumba horrenda de mi amor, maldijo para siempre y se robó toda ilusión… si yo tuviera el corazón, el mismo que perdí; si olvidara a la que ayer lo destrozó y pudiera amarte, me abrazaría a tu ilusión para llorar tu amor”
-Tango: “Uno”, Discepolo-Mores.