miércoles, 27 de octubre de 2010

Nestor Kichner: la muerte, la ausencia, el respeto.

Hace ya muchos años que me di cuenta de que me gustaba escribir. No sé si contar historias o mejor pensar en voz alta, para comunicar, para reflexionar, para crecer. Y en general, siempre tuve la sensación de escribir por placer, cuando tenía ganas, sin presiones. Hoy ha sucedido un hecho por el cual me sentí obligado a escribir. La muerte de Nestor Kirchner.
Bueno, la gente se muere, eso es normal. Tarde o temprano nos llegará a todos los que estamos compartiendo este mundo. Les llegó a los que se fueron y les llegará a los que vendrán (salvo que los norteamericanos inventen algo que me contradiga, es que son estupendos, lo inventan todo). ¿Y qué es la muerte? La ausencia, la nada, el dolor.
Cuando vemos una película nos ponemos contentos cuando se muere el malo (de la película) pero en el fondo sabemos que es una ficción, aunque a veces la realidad supera la ficción.
Y entonces pensé en la muerte de Pinochet. Ese cabrón no sólo me generaba bronca sino que también me cagaba el cumpleaños. Tuve la mala suerte de haber nacido el mismo día que él. Me pregunto si me puse contento cuando murió. Y la verdad es que no... creo que no pagó en vida todas las aberraciones que cometió. Pero alegrarme o festejar habría caído en algo bajo... y no pensaba ponerme a su altura. Me conformó saber que a partir de ese momento, el día de mi cumpleaños, cuando leyera el diario no tendría que leer que también era el suyo.
Pero a Kirchner yo no lo conocía, no fue mi presidente. Aunque, más allá de eso, desde hace nueve años sigo leyendo todos los días los diarios argentinos e intento enterarme de lo que pasa en mi tierra. Y, como decía un amigo, los hechos son tercos. Puede que este hombre no haya sido el mejor político ni el mejor presidente pero hay cosas que nadie puede negar: sacó al país de la quiebra, rescató la dimensión ética de los derechos humanos, le plantó cara a la Iglesia, a los militares y al Fondo Monetario Internacional . Y en eso coincido con un comentario -irónico- que leí: con permitir que se casen las mariquitas, no basta.
Hoy, por la tarde, recibí un mensaje de un amigo anunciándome la muerte de Kichner, entonces me conecté a Facebook y, como dicen aquí en España: “flipé”. ¿Cómo es posible ironizar con la muerte de alguien que acertado o equivocado apostó por producir cambios en un país? No sé, no lo entiendo, más allá de cualquier diferencia ideológica.
Sé que hay muchas cosas que a todos nos gustaría cambiar, cada uno desde su perspectiva, pero no estaría mal pensar en qué se gana haciendo este tipo de comentarios.
Hace unos años Chávez arremetió contra Aznar y Zapatero reaccionó pidiéndole respeto por un ex presidente de los españoles, elegido democráticamente. Interesante actitud. Y fijensé que Aznar no es santo de mi devoción.
¿Será que nos mimetizamos con los ping pongs políticos donde la intención es descalificar al otro? Pero... ¿hasta tanto llegamos que festejamos una muerte?
Desde mi lugar, sin ser “kichnerista”, estoy a favor del respeto. Respeto por la gente que creyó en este hombre y en un proyecto. Repito, acertado o no, según el cristal con que se mire.

martes, 26 de octubre de 2010

Todo se transforma

La miré fijamente, intentando poner cara de enigmático, como lo hacía en algunas ocasiones. No podía permitir que se diera cuenta de que su discurso me fascinaba. Ella sí que sabía seducir a los hombres. Su boca era sensual, su voz cálida, su mirada tenía un brillo provocador y su discurso... impecable. Yo quería concentrarme en el contenido, en el discurso para poder detectar alguna falla, algún error, refutarlo y escapar a la atracción. Pero su forma de ver las cosas era tan coherente que quebraba cualquier recurso cuestionador, por astuto que fuera, y cualquier resistencia al magnetismo.
Se echó el pelo hacia atrás y me dijo: “En realidad, ya sabemos que el amor eterno no existe. Ya sé que me contradigo porque en el fondo siempre creí lo contrario, siempre tuve la ilusión de enamorarme de un hombre y quedarme con él para toda la vida”. El marrón profundo de sus ojos se vio refractado por unas lágrimas disimuladas por una risa franca y torpe. Yo intentaba preguntarle por qué se resistía a creer en que era posible, pero en realidad, inconscientemente, le estaba pidiendo que lo sostuviera y así encontrar un eco posible. Pero las palabras me traicionaban y no salían. Sólo una sonrisa, una emoción.
¿Qué se debatía en esa conversación? Tal vez un intento de dar sentido a lo inexplicable, a aquello que no se puede poner en palabras. Y en cierto sentido, sin quererlo, ella y yo estábamos reafirmando que lo único que nos mantiene en pie es el amor, el que damos, el que recibimos. Recordé que hacía muchos años, en medio de una anécdota casual, Diana me dijo: “Es bueno hacer el amor, al día siguiente uno se siente más cargado y da más cariño a la gente”. Seguramente Diana y ella tenían algo en común. Vivían amorosamente, apostando por hacer-lo posible. Para que ese amor se transformara y tarde o temprano regresara.

“Tu boca roja en la mía,
la copa que gira en mi mano,
y mientras el vino caía
supe que de algún lejano
rincón de otra galaxia,
el amor que me darías,
transformado, volvería
un día a darte las gracias.”*

Pero esos malditos miedos nos paralizan, se burlan de nuestra ilusión y nos manejan. Y, a veces, hacen que eso que no se pierde, eso que se transforma tarde en llegar.
Seguiré apostando, como lo hace Diana, como lo hace ella... ya no puedo dar marcha atrás. No es de hombres honestos traicionarse a sí mismo.
Además, como ya (te) he dicho, apunto a la coherencia, aunque sé que, en ocasiones, resulta difícil.
Recogió sus cosas y se fue pero antes me confesó que tenía que encontrarse con su amante. Ella estaba feliz, seguramente haría el amor con él y en ese momento, en ese preciso instante pensé en vos.
¿Es tan difícil querer y dejarse querer? No, sólo es cuestión de paciencia, es algo así como domesticar a un Zorro.

“Cada uno da lo que recibe
y luego recibe lo que da,
nada es más simple,
no hay otra norma:
nada se pierde,
todo se transforma”*

*”Todo se transforma”, Jorge Drexler.