lunes, 29 de septiembre de 2008

Las boludas

Hay momentos en la vida en que me siento identificado con una canción de Serrat: “…de vez en cuando la vida nos gasta una broma, y nos despertamos sin saber qué pasa, chupando un palo sentados sobre una calabaza.” Son situaciones de perplejidad y de no poder creer lo que estás viendo u oyendo. Pero la realidad está ahí y no la podemos negar. Tal vez la sensación de vacío y de perplejidad se debe a que, una vez más, las boludas nos han jugado una mala pasada.
Esas decisiones tontas, imbéciles, boludas; que no solo implican un “hacer”. También están presentes en el “no hacer”, en el admitir. Por ejemplo, cuando te das cuenta de que no te quieren o de que no te siguen eligiendo y sin embargo sigues sosteniendo una relación. Y te sientes el ser más imbécil de la tierra porque en el fondo sabes que no te quieren o que solo quieren una parte de ti, lo que les conviene. Pero con mil justificaciones vanas piensas que valía la pena tener paciencia (decisión boluda), darle otra oportunidad (decisión boluda) o hacerse el tonto: no pasa nada, no pasa nada (decisión boludísima). En esas situaciones recuerdo un aforismo de Antonio Porchia que decía “han dejado de engañarte y no de quererte y tú piensas que han dejado de quererte”.
Tal vez dejamos que las boludas se apoderen de nosotros porque tenemos un miedo inmenso de quedarnos solos, desamparados.

“Sé que lloraré después,
que jamás te olvidaré.
Sé que cada noche sin tu risa, sin tu voz,
¡cuánto extrañaré tu amor!
Pero es preferible más perderte
a seguir siendo un fantoche
sólo por verte.
No, ¡dejame por favor!
Hoy se rebeló mi amor.”

Tango “Rebeldía” de Roberto Nievas Blanco / Oscar Rubens

jueves, 17 de julio de 2008

Cansancio

Es que estoy un poco cansado, sabes… me han cansado las miradas falsas, los estereotipos, las modas y los pantalones medio culo, las crestas con gel, los perfiles con fotos de cinco países distintos para poder apreciar tu poder adquisitivo, las actitudes revanchistas, la mala educación, los polvos mentirosos, las sonrisas de cartón, el excesivo bronceado, el olor a popper, los que entran de a tres al lavabo, la resaca del domingo, los que gozan cuando los miras y se hacen los que no te ven, las medusas cuando el mar está templado, la comida basura, la gente que no se ducha, los que dicen no creer en el amor y no se dan cuenta de lo desesperados que están.
Esas cosas, a veces me cansan.

viernes, 11 de abril de 2008

Paris

Hubiera querido conocerte casualmente en Paris. Ir caminando sin rumbo fijo y, de golpe, cruzar tu mirada clavada en la mía cuando salías de un bar, de un café o de un restaurante. O si no, sin saber muy bien por qué, sentir la necesidad de entrar en una galería de arte; y, como un acto intuitivo, detenerme delante de alguna de tus pinturas. Sin entender nada, ni de composición, ni de textura, ni de equilibrio; sentir que una emoción me invade y va inundando todo mi ser. Entonces, componiendo la garganta y asegurándome de que la realidad sigue siendo realidad, escucho tu voz. Hablas con un hombre a pocos metros de mí, de cosas que no entiendo, ya sea por la rapidez o porque usas palabras que no conozco. Pero a cada rato desvías tu mirada y me observas. Tienes el rubor que no se sabe muy bien si es debido a estar ligando con otro hombre en un mundo que aún guarda algunas formas conservadoras o si es porque eres el artista y yo no soy nadie.
Pero como gozo del privilegio de no ser nadie, con total desparpajo te miro a los ojos y a la boca, afinando el oído para escuchar tu voz. Y me encantaría ser invisible para estar muy cerca y poder sentir tu olor y sentir escalofríos al rozarte mientras tú intentas ver quién te ha tocado.
Vagar por las calles de Paris hubiera tenido su encanto, pero conocerte en la galería de arte me resultaba más convincente. Cada vez más. Seguramente porque en ella se conjugaban la comunicación que había establecido con tus pinturas, el acecho de tu mirada y tu sonrisa.
Pero… ¿por qué te habrías detenido en mí? Yo había sentido la necesidad de reconocerte. Había algo en tus pinturas que me llevaban a mirarte, a sostener esa instancia de comunicación. Pero también era consciente de que era uno más, un desconocido. No sabías nada de mí. Sólo podías observar a un hombre que miraba tus pinturas y te miraba a los ojos, sosteniendo la mirada, reconociéndote en la tela y lo profundo de esa mirada. Algo de esa situación me llevaba al Paris de 1983. La ciudad que me había reunido con J-B en una relación confusa de charlas, cine y deseo. Me veía en un cine del Barrio Latino, viendo un clásico del cine francés, tocando con mi pierna la pierna de J-B, temblando en una mezcla de emoción al sentir su calor y de temor al rechazo. O aquella tarde en que, fascinados, nos diluíamos en las butacas viendo Querelle, de Fassbinder.
Tú tendrías unos 10 años… y eras el niño que nos cruzamos y que clavó su mirada en la mía aquella fría tarde en el Boulevard Saint Germain des Près.
Hubiera querido conocerte casualmente en Paris, en una galería de arte…. pero no fue así; te conocí en una página web, navegando, imaginando.

lunes, 24 de marzo de 2008

Marear la perdiz

Una de las características que distingue al humano de otras especies animales es el uso del lenguaje. Al igual que otras especies, el humano dispone de un lenguaje. Pero hay algo que lo distingue, la capacidad de simbolización. A nadie se le ocurre que un perrito se acerque a su amo con la cuerda en la boca y que cuando el amo se disponga a llevarlo a dar una vuelta, el can en lugar de seguir moviendo el rabo, le guiñe un ojo dándole a entender que era una broma. Los mensajes son claros y apuntan a un objetivo.
En cambio, en nuestro lenguaje los mensajes muy frecuentemente son ambiguos. Y además, disponemos de metáforas y de ironías que nos permiten decir algo sin decirlo (o decirlo de otra manera).
Y si bien dos sociedades pueden tener muchas cosas en común, hay diferencias lingüísticas que se relacionan con el entorno cultural, la historia, etc. etc.
Recién llegadito a Barcelona hubo algunas expresiones que me resultaban difíciles de entender... o, en otras situaciones, ambiguas... Nunca voy a olvidar mi cara de asombro al escuchar en un trabajo a una compañera decir que estaba "constipada" (en Argentina eso quiere decir "estreñida")... yo pensé: "qué fresca... y lo dice así, sin vergüenza!".
Pero hubo dos expresiones que me llamaban mucho la atención: "flipar" y "marear la perdiz".
Poc a poc, como dicen los catalanes, fui descubriendo o más bien "reconociendo" el sentido de flipar. Claro, los tiempos que corren nos hacen usar ese verbo frecuentemente. Pero bueno, creo que es bastante sano no perder la capacidad de asombro.
La otra expresión era "marear la perdiz"... la verdad es que no me daba cuenta exactamente a qué se refería. Trataba de imaginarme a mi abuelo cuando salía al campo a cazar perdices y en lugar de cazarlas, distraerlas o hacerles bromas...
Luego, cuando fui contextualizando esa expresión logré darle un sentido. En Argentina "marear la perdiz" vendría a ser "calentar la pava y no tomarse el mate". Se refiere, para ser más específico a seducir, seducir y dejar caliente al otro.
La literatura psicoanalítica y el machismo imperante podría llevarnos a pensar que se trata de una posición femenina. Pues no: yo diría que es una posición, solo eso.
A veces, uno se ve tentado a pensar que esa posición es producto de la inmadurez o de la inexperiencia: otra vez "pues no", hay señores y señoritas que gozan de una plena adultez y que se pasan la vida mareando la perdiz... calentando pavas (sin tomar el mate).
Cada uno puede hacer de su culo un pito, un bonete o una ikebana como decía una gran amiga mía, pero hay cuestiones de respeto. Respeto hacia el otro y en última instancia hacia uno mismo. Entonces, creo que hay que tener la suficiente humildad como para coger el toro por las astas y dejar de hacer el tonto. Y en ese sentido el mensaje tiene que ser claro: "si te gusta un tío o una tía, pues adelante, a por él/ella". Y si no te gusta: agua que no bebas, déjala correr.
Entonces, conoces a un tío o a una tía y montas la parafernalia. No sabes muy bien qué te pasa con él/ella pero te sientes atraído/a. A medida que lo/la conoces te das cuenta de que sí pero no... pero como él/ella está muerto/a por ti... pues qué bien... que lindo que es tener a alguien pendiente de ti... y que bien que eso te levante el ego.
Luego vienen las famosas frases: esta semana la tengo fatal, etc. etc. Recuerdo que una vez, en la segunda semana de noviembre un chico me dijo: hasta después de Navidad lo tengo fatal. Cuando uno quiere hacer algo, pero realmente QUIERE hacer algo: lo hace.
Por eso, sería fantástico que cuando llegáramos a una cierta edad, pensáramos un poquito en qué estamos haciendo... y si realmente queremos hacer esto o aquello. Porque en última instancia, "marear la perdiz" no está penado por la ley aunque no deja de ser una estafa, un engaño... y engañar a quien ha sido sincero con uno, no tiene sentido... pero menos sentido tiene que uno se engañe a sí mismo.

viernes, 25 de enero de 2008

Aquella noche....

Creo que esa noche estaba convencido de que me estaba divirtiendo. Habíamos salido y bebido intentando pensar que vivíamos en un mundo feliz y que la felicidad era ese momento. Si, seguramente la felicidad es un momento. En algún punto de la noche pensé que me perdería en sitios oscuros buscando vaya a saber qué oscura cosa cuando en realidad, como tantos otros lo único que me hubiese calmado habría sido un beso, una caricia y un abrazo. Lo que pasa es que los convencionalismos imponen palabras como guarreo, a saco y otras tantas. Pero en el fondo somos como la Maura: muy vulnerables y muy imperfectos.
Entre copas y tonterías te vi.

“... te vi, saliste entre la gente a saludar, los astros se rieron otra vez (...) yo simplemente te vi” –Fito Paez, Un vestido y un amor-

Frunciste el ceño como queriendo comprobar si me conocías por foto o por perfil.

“... Y mi sonrisa se instaló en mi cara y se esfumó la habitación, la gente y el miedo se escapó por la ventana...” –Marilina Ross, Puerto Pollensa-

Entonces, componiendo un poco la garganta y aprovechando que la inseguridad y el miedo estaban bien diluidos en el alcohol que llevaba en sangre, fui hacia ti. A verte, a oírte, a tratar de averiguar el por qué de esa atracción, a sentir qué me pasaría cuando estuviese a tu lado.

“Te conozco, te conozco desde siempre, desde lejos
Te conozco, te conozco como a un sueño bueno y viejo.
Es por eso que te toco y te conozco.” –Silvio Rodríguez, Te conozco-

Y tal vez el miedo no estaba lo suficientemente diluido y la coraza estaba muy dura, sin ninguna fisura por la cual pudiera filtrar algo que vaya más allá del sexo y la sensualidad. Pero hubo quiebres, hubo cortes en los cuales se podían combinar dos manos entrelazadas como por azar y por borrachera. También hubo besos.

¿Qué más se podía pedir? Al fin y al cabo estábamos comprobando que la felicidad era eso... digo ese, ese momento.

“... Seria tot un detall i tot un gest, per la teva part, que coincidíssim, et deixessis convencer i fossis tal com jo t'he imaginat.” –J.M. Serrat, Seria fantàstic-